El Buen Pastor
Jesús protege, vigila y se entrega.
Un rebaño no puede estar constantemente en un lugar cerrado. Sólo permanece
allí cuando el clima es tan duro que no puede salir a pastar o cuando algún
peligro grave le amenaza. Lo suyo es salir al campo a buscar el alimento en
lugares abiertos. Por esto, un buen pastor, además de la comida, la bebida, el
estímulo o el descanso, debe vigilar constantemente todos los movimientos del
rebaño, debe estar a su lado y estar vigilante y atento para detectar cualquier
situación que pueda suponer un peligro o amenaza para el mismo; el pastor debe
alejar cualquier temor del rebaño y dar seguridad a sus ovejas, hasta el
extremo de que puedan decir, si fueran capaces, como dice el salmista: "Aunque pase por valle tenebroso,
ningún mal temeré, porque tú vas conmigo, pues junto a mí tu vara y tu cayado,
ellos me consuelan" (Sal. 23,4).
Los malos pastores son reprendidos en el capítulo 34 de Ezequiel de modo
muy severo por el Señor porque, a causa de su conducta, las ovejas "se han dispersado por falta de pastor
(de vigilancia y protección del pastor) y se han convertido en presa de todas
las bestias del campo; andan dispersas. Mi rebaño anda errante por todas las
partes, por los montes y los altos collados; mi rebaño anda disperso por toda
la superficie de la tierra" (Ez. 34,5-6). Doble acusación: falta de
vigilancia y carencia de defensa; por eso. La palabra del Señor contra ellos es
amenazadora: "Ay de los pastores de
Israel" (Ez. 34,2). Cuando el pastor no cumple fielmente con su
cometido, todos los males pueden sobrevenir al rebaño.
En el corazón de buen Pastor, que es Jesucristo, hay un afán evidente y
constante de protección y vigilancia en favor de los suyos y de su pueblo.
Refiriéndose a Jerusalén, la rebelde, que no se ha dejado pastorear por él, no
puede por menos que exclamar:
"Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus
pollos bajo las alas, y no habéis querido" (Mt. 23,37). Y en otra
ocasión "al acercarse y ver la
ciudad, lloró por ella" (Lc. 19,41). Dejando escapar algo del dolor
que le producía su comportamiento ciego y el rechazo del gran Pastor y
Salvador. Una situación difícil tuvo lugar en el huerto de los olivos en el
momento de su prendimiento: pensó en ellos y dijo a los que habían salido a
prenderle: "Si me buscáis a mí,
dejad marchar a éstos" (Jn. 18,8). Y en su coloquio con el Padre antes
de la pasión le dice: "Cuando
estaba yo con ellos, cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado
por ellos y ninguno se ha perdido salvo el hijo de la perdición" (Jn.
17,12). Se define a sí mismo y su entrega a favor de las ovejas cuando
afirma: "Yo les doy vida eterna y
no perecerán jamás; nadie las arrebatará de mi mano" (Jn. 10, 28).
En su vida pública se afirma como la seguridad absoluta para todos los que
confíen en él, al declararse como el más fuerte que triunfa del fuerte, es
decir, de Satán, al que venció en el desierto durante las tentaciones y en
cuántas ocasiones se enfrentó a él (cf.
Lc. 11,14-22). Más tarde diría:
"El Príncipe de este mundo será echado abajo" (Jn. 12,31). En
vísperas de su muerte anuncia a sus discípulos que él ha vencido al mundo (cf. Jn. 16,33). Y al final, en su
resurrección, triunfó del pecado y de la muerte, y "una vez despojados los principados y las potestades, los exhibió
públicamente, en su cortejo triunfal" (Col. 2,15).
Jesús llevó a cabo su misión de pastoreo con plena dedicación. Esta
expresión nos hace entender que la persona que la practica está totalmente
concentrada en aquel trabajo que está haciendo en exclusiva. Su mente, su
corazón, sus fuerzas están todos dirigidos hacia aquel objetivo, vive para él y
de él. Jesús es el Siervo de Yahvé en el que se concentran todos los
ministerios, todo el servicio que implica el plan de Dios para la Humanidad. Y
cuando está ejerciendo cualquiera de ellos, lo hace con absoluta dedicación y
entrega, como lo demuestra a lo largo de toda su vida pública.
El descanso personal queda en segundo plano cuando, aún necesitándolo, se presentan
los problemas del pastoreo. Si hubiera vivido en nuestros tiempos diríamos que
tenía teléfono abierto día y noche. Desde el día en que "volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu" (Lc. 4,14)
para empezar su ministerio público no se le conoce un tiempo de
"vacaciones" –ni pagadas ni sin pagar- para descansar de tanto
trabajo y tantos problemas. Ni siquiera en el momento en que necesitó
imperiosamente "descansar un
poco" (Mc 6,31), fue capaz de renunciar a ese mínimo para atender a "las ovejas que no tienen pastor"
(Mc 6,34).
Por lo que sabemos, el Maestro tenía dos modos diferentes, pero efectivos
de descansar: el normal de todo ser humano y otro especial. El primero
consistía en la recuperación de fuerzas mediante el descanso físico; el segundo
consistió en buscar el descanso del espíritu mediante la oración. Para el
pastor de Israel, atender a las ovejas necesitadas, fueran o no ovejas de
Israel, era más importante que la comida. En viaje de Judea a Galilea, "tenía que pasar por Samaria"
(Jn. 4,4). Durante el camino pasó junto al pozo de Jacob. "Jesús, como se había fatigado,
estaba sentado junto al pozo". (Jn. 4,6). En estas condiciones tiene
lugar el encuentro con la mujer samaritana -una oveja perdida de Samaria- y a
ella le dedica toda su atención. Cuando al fin llegaron los discípulos le
rogaron que comiera. Su respuesta no da lugar a dudas: "Yo tengo para comer un alimento que vosotros nos sabéis. Mi
alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su
obra" (Jn. 4,32.34). Lo mismo hizo con su descanso, que sustituyó por
la conversación con la samaritana a la que pastoreó con la palabra de vida que
estaba necesitando.
El Buen Pastor dejaba el sueño a un lado cuando sus ovejas necesitaban de
él. Después de la multiplicación de los panes, cuando ya se había ido al monte
a orar, vio que sus discípulos tenían problemas porque "se fatigaban remando, pues el viento les era contrario"
(Mc. 6,48), dejó su oración y "a
eso de la cuarta vigilia" (Mc 6,48), es decir, entre las tres y las
seis de la madrugada, "viene hacia
ellos caminando sobre el mar" ((Mc 6,58).
Mientras duró el tiempo de su ministerio, no dejó su trabajo a otros ni
descansó en otros colaboradores. No era el momento. Lo hizo todo personalmente.
Como el Padre cuando pastoreaba al antiguo Israel, "conduce y guía" (Sal 23,3-4), o como observa él hablando
del buen pastor, del que dice que:
"cuando ha sacado sus ovejas, va delante de ellas" (Jn. 10,4). Su
entrega sólo tiene un límite: la vida. La falta de descanso, de sueño, de
tiempo... sólo son aspectos parciales y circunstancias menores en relación a la
característica esencial de su pastoreo revelada por él mismo: "El buen pastor da su vida por las
ovejas" (Jn. 10, 11).
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